El día de la independencia en Israel, Yom Ha'atzmaut, ha sido tradicionalmente un baluarte anual de alegría compartida entre las diferentes partes de este pueblo muy dividido. El éxito de la campaña de vacunación y la vuelta gradual a una relativa normalidad, se ha reflejado en una sensación generalizada de alivio y cierto optimismo.
Uno de los eventos que atrae atención entre sectores amplios de la población es el acto que marca la transición, que es un poco difícil de describir para quien no lo haya vivido, del día de conmemoración nacional de los soldados caídos y de las víctimas de ataque terroristas a las celebraciones de la independencia. Para ese evento se escogen doce ciudadanos para prender doce antorchas, que representan los mejores aspectos de la sociedad israelí: voluntarios, equipos médicos, artistas populares, etc.
También este año la escogencia fue muy acertada, en su mayoría, y era emocionante escuchar las razones por las que cada uno de ellos había sido escogido. Desde una joven de 18 años que es parte de un grupo de amigos que se voluntarizan para ayudar a ancianos solitarios, pasando por el médico que abrió el primer centro de COVID en el país y ya alcanzó a cerrarlo, hasta dos mujeres muy valientes que se destacaron en su lucha contra la violencia doméstica.
Pero desafortunadamente este evento generalmente emocionante se trasformó—si excluimos la alegría que uno pueda sentir por la existencia de ciudadanos de a pie tan admirables como estos, con sus maravillosas contribuciones—en una acto de culto a la personalidad de nuestro líder máximo y su esposa, en un estilo de idolatría que haría la envidia de Kim Jong-un en Corea del Norte.
Hasta hace dos años ese era un acto que tradicionalmente presidía el Presidente de la Knesset, representando la unidad del pueblo. El Primer Ministro generalmente no asistía, para no molestar (y si lo hacía, siempre era con toda modestia sentándose a un lado en silencio, y dándole todo el escenario a quien presidía el acto.) Pero la pareja real, Sara y Bibi, no podían soportar que la atención de un acto tan popular se le conceda a alguien que no sean ellos, y hace dos años cambiaron totalmente el protocolo.
Lo que recibimos este año fue una dosis insostenible de zalamería y adulación hacia ellos. Interminables imágenes televisadas de la pareja real y agradecimientos al benemérito por su infinita bondad que nos procuró las vacunas y todo lo bueno que tenemos en el reino, y por “concedernos el honor de su presencia” (con esas palabras).
Pero este post lo escribo para comentar sobre una vergüenza más específica que tuvimos que soportar este año de parte del gobierno, alrededor de la ceremonia de entrega del Premio Israel, que se realiza todos los años al final del día de la independencia. La teleaudiencia para esta ceremonia, hay que reconocerlo, no es muy amplia. Obviamente mucha menos gente se interesa por eso, que por los aviones de la aviación israelí que pasan volando en formación por la costa unas horas antes, por ejemplo.
Pero de todas maneras, siempre se considera una ocasión muy especial y festiva en la que el estado, a nombre de todos los ciudadanos, enaltece la contribución de científicos, intelectuales, artistas o gente que ha contribuido de alguna manera muy especial a la sociedad. Ser nominado al premio es un honor de primera magnitud en el país y en la gran mayoría de los casos los galardonados (no todos) gozan de una aprobación muy amplia en la sociedad israelí, independientemente de la pregunta de su orientación política. Bueno … hasta ahora.
Pues bien, otro de los grandes logros del gobierno actual ha sido la intromisión política en el proceso de elección de los galardonados y la contaminación del premio con consideraciones netamente políticas, destruyendo así la atmósfera de solemnidad de lo que es uno de los últimos bastiones de consenso en este país tan dividido. En la categoría de matemáticas y ciencia de la computación, la comisión profesional decidió otorgar el premio a Oded Goldreich por sus trabajos que revolucionaron el área de la complejidad computacional y la criptografía. Es uno de los teóricos de la computación más distinguidos en el mundo, sin lugar a dudas.
Aún en un país como este, donde hay una cantidad incomparable de talentos en esa área, la fama de Goldreich no tiene parangón, y por eso su escogencia fue recibida en la comunidad científica local como obvia y a la vez muy festiva. Pero a los oídos de nuestro ministro de educación se filtró el rumor, de que se trata de una persona con ideas políticas no muy populares en el país, y él decidió aplicar una autoridad que la ley no le concede, para evitar que el día de la independencia de Israel, un izquierdista como Goldrecih sea galardonado en un acto público.
La decisión de Galant atrajo la ira y muchísimas críticas de parte de la comunidad académica, por esta intromisión política sin precedentes. Por supuesto que dado el ambiente político general que reina en estos momentos, Galant también recibió muchísimo apoyo en sectores de la opinión pública que se unen a la condena de todo el que expresa ideas no populares. Decenas de artículos se han publicado en la última semana por miembros ambos bandos.
En las líneas que siguen más abajo, he incluido una adaptación para los lectores de habla hispana de un artículo de opinión que yo publiqué hace unos días en la plataforma digital Sijá Mekomit (Conversación Local). Agregué esta introducción al texto asumiendo que algunos detalles importantes para entender este nuevo escándalo local no están a mano de quien no viva acá. Y aún antes de pasar al artículo mismo, les agrego algunas aclaratorias importantes adicionales.
Empecemos por Yoav Galant, ministro de educación en el actual gobierno. Galant es un general retirado, bastante condecorado en sus años de servicio, que en 2011 estaba a punto de ser nombrado Jefe del Estado Mayor de Tzahal. El nombramiento tuvo que ser cancelado a último momento, porque el periodista Kalman Libeskind trajo al conocimiento público una serie de infracciones sobre las leyes de la construcción que se le atribuían a Galant. Al realizar en años anteriores modificaciones y ampliaciones en su casa en el Moshav Amikam (es más bien una pequeña fortaleza de gusto bizantino, pero bueno - eso no es lo que nos interesa acá) el todavía general Galant extendió su parcela ilegalmente a cuenta de terrenos públicos municipales. Las autoridades locales le advirtieron varias veces y hasta le sacaron una llamado a juicio si no desalojaba inmediatamente los terrenos ilegalmente invadidos.
En vista de esta situación, el Fiscal General de Israel dictaminó que sus infracciones y la negativa de cumplir las decisiones administrativas que se le dictaron, constituyen una dificultad legal de primera magnitud que impide que Galant sea nombrado como Jefe del Estado Mayor. Su nombramiento fue eliminado, y el ahora conocido Benny Gantz fue nombrado en su lugar. Galant es hoy en día el individuo encargado del sistema educativo israelí (y antes de eso fue, irónicamente, ministro de la construcción). Existe una opinión negativa unánime sobre su actuación fallida durante la pandemia, y su falta de capacidad de dialogar en esta época de crisis con las organizaciones de maestros y profesores, padres de los alumnos y los administradores del ministerio, y de ignorar la experiencia y los conocimientos de todos los profesionales del sistema.
Otro punto preliminar importante que comentar es sobre la así llamada Universidad de Ariel. Se trata una institución bastante mediocre, que se creó en los territorios conquistados como una especie de Community College, nunca reconocido por el Consejo de Educación Superior de Israel, y endosado sólo por las autoridades militares, no las académicas, de la zona. En 2012 miembros del gobierno introdujeron una iniciativa para promover el estatus académico y transformarla en “universidad” (otra vez a fuerza de una orden militar, no académica). Aunque para la mayoría de los israelíes se trata de un asunto sin mayor importancia (otras tierras privadas ilegalmente expropiadas a sus propietarios árabes en los territorios conquistados, otra institución en la cual los residente árabes de la zona no pueden estudiar, otra intromisión arbitraria del gobierno en decisiones de naturaleza académica - ¿a quién le molestan esas menudeces, ahora que podemos hacer nuestra parillada al aire libre y viajar a Dubai libremente para comprar barato las mejores marcas internacionales?), la comunidad académica israelí se ha opuesto terminantemente (y sin mucho éxito).
Un punto técnico específico de la oposición es que las directivas de los fondos europeos que financian investigaciones científicas, y de los cuales Israel recibe grandes sumas anuales (dada la calidad de los proyectos que los investigadores locales presentan), han hecho claro que no van a financiar ninguna actividad de esa institución, y que si Israel la reconoce formalmente como otra entre sus universidades, hay peligro directo que toda la colaboración científica entre la UE e Israel se vea afectada y hasta totalmente paralizada.
Habiendo aclarado estos puntos, los invito ahora a leer el artículo que sigue, que refleja mi opinión sobre la actuación de este personaje, Galant, tan inflado de auto-importancia.
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El ministro Galant prohibiría que Einstein reciba el Premio de Israel
(publicado originalmente en hebreo, en Sijá Mekomit - 11.04.2021)
“Sólo dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, y todavía no estoy seguro con respecto a la primera". Este dicho se cita con frecuencia atribuyéndolo invariablemente a Albert Einstein. Es un dicho que siempre suena bien aunque, en la práctica, no hay evidencia de que alguna vez Einstein realmente lo haya dicho. En ese sentido no hay mucha diferencia entre esta y una gran cantidad de proverbios adicionales imaginados que se le atribuyen al gran físico, sin que nadie verifique la autenticidad de la referencia. Pero aun así, la sola mención de la figura tan familiar y respetada en todo el mundo resuena como un gesto muy elegante en cualquier conversación, y le imparte a quien pretende conocerlo de cerca una fragancia de seriedad y profundidad intelectual. Esto es particularmente notable en el caso de algunas figuras públicas, que despliegan visiblemente una imagen de Einstein en su despacho o, quizás mucho mejor, algún libro relacionado con él que—como por casualidad—está actualmente abierto en una alguna página aleatoria, o se exhibe ostentosamente en un lugar de honor en los estantes de su biblioteca.
Así por ejemplo, nuestro respetadísimo ministro de Educación, el general retirado Yoav Galant. Cuando es filmado en su oficina para un reportaje televisivo, se nos asoma claramente por encima de su hombro una colección libros perfectamente ordenados en los estantes—todos ellos probablemente muy serios—de manera que los espectadores no lleguen a dudar de su seriedad y de su idoneidad para llenar un cargo tan importante. Pero entre ellos hay un solo libro, cuya portada puede verse llamativamente: se nos muestra en ella con gran orgullo una imagen icónica del científico, con su famoso bigote y su cabello desordenado ondeando al viento.
Se trata de una biografía publicada en 2007 por el periodista Walter Isaacson.
Y en estos días en que el valiente ministro está llevando a cabo una campaña de persecución ideológica orquestada, muy bien publicitada en los medios y destinada a descalificar la elección del profesor Oded Goldreich (y a amedrentar a todo el que se identifique con sus posiciones políticas), como ganador del Premio Israel de Matemáticas e Informática para el año 2021, no pude evitar asombrarme por la manera tan extraña, y totalmente fuera de lugar, que eligió para presentar su propia persona pública a través de una referencia nada menos que a Einstein.
¿Podemos asumir que el distinguido ministro realmente ve en Einstein un modelo que, a la luz de su cosmovisión y de su personalidad, él mismo cree conducirse en su vida pública? Analicemos brevemente esta interesante pregunta.
Si el ministro Galant se hubiera tomado la molestia de aunque sea hojear por encima, en el libro del cual hace gala ante los espectadores, habría notado enseguida que Einstein pertenece de manera inequívoca a la categoría de aquellos cuyas posiciones políticas son inaceptable e ilegítimas a sus ojos. Lo mismo, sin duda, es válido para esas organizaciones israelíes dudosas (y peligrosísimas) que compilan “listas negras” de intelectuales que ellos clasifican como enemigos de la patria. Precisamente una de esas organizaciones, Im Tirtzu, especialmente perversa, fue la que puso al ministro al tanto de alguna petición izquierdosa que, según le informaron, Goldrecih firmó en su apoyo hace algunos años, y que sirvió como base para el ensañamiento del ministro y para su decisión de inmiscuirse en la decisión del comité que eligió a Goldreich en base a su distinción académica de la primera magnitud a nivel mundial.
Cabe añadir, que organizaciones y listas negras de ese tipo actuaban de manera parecida en la Alemania de los años 30 y persiguieron ensañadamente a Einstein, como a muchos otros, no sólo por ser judío, sino por su crítica constante al gobierno y a la cultura militarista que ellos tanto admiraban en su nación. De hecho, en comparación con las opiniones muy críticas que Einstein generalmente expresaba sobre la manera en que el movimiento sionista materializó lo que para él era en principio una visión justa y prometedora para el pueblo judío, las posiciones políticas de las que el ministro Galant acusa al profesor Goldreich, y por las cuales se ha inmiscuido descaradamente en el proceso de adjudicación del premio, suenan como un dulce himno patriótico.
Le recomendaría especialmente al ministro echar un miradita a la página 520 de la biografía. Ahí se nos cuenta que en los años anteriores a la segunda guerra mundial, Einstein declaró abiertamente su oposición a la creación de un estado judío:
Mi forma de entender la naturaleza propia del judaísmo se resiste a la idea de un estado judío con fronteras, un ejército y un cierto grado de poder transitorio ... Temo el daño interno que sufrirá el judaísmo, especialmente por el desarrollo de un estrecho nacionalismo en nuestras filas. Ya no somos los judíos de la época de los Macabeos.
En 1946, ya después de haber finalizado la guerra y a medida que las dimensiones de los horrores que se vivieron en Europa iban aclarándose gradualmente, Einstein volvió a aclarar su perspectiva, según la cual “la idea de un estado judío no es cercana a mi corazón. … No puedo entender por qué algo así sea necesario.”
Y si proseguimos con la lectura en la misma página de la biografía, nos enteramos que Einstein no dudaba en expresar sus opiniones negativas, también frente a “los goyim”, respecto a la actividades violentas de algunos grupos judíos en Palestina:
Einstein estaba particularmente consternado—explica Isaacson en el libro que a Galant le gusta exhibir—por los métodos militaristas utilizados por Menachem Begin y otros líderes de milicias judías clandestinos y se unió ... a la iniciativa de firmar una petición en el New York Times denunciando a Begin como "terrorista" y "muy cercano a los fascistas. "Estamos imitando el nacionalismo estúpido y las necedades racistas de los gentiles", escribió.
Como muchos otros miembros de la burguesía judía en Alemania, Einstein apoyaba la causa sionista en el sentido de crear en Palestina un refugio para los hermanos perseguidos en la Rusia zarista (no para los judíos alemanes mismos), y un hogar nacional que funcionara como centro espiritual e intelectual, y no como estado. En el centro de su concepción estaba la creación de una universidad de alta categoría en Palestina, al estilo alemán de la época.
Einstein visitó esta zona sólo una vez, en 1922, por 12 días, y casi porque no le quedó alternativa, ya que el barco que lo traía de Japón de vuelta a Alemania ancló en Alejandría y el liderazgo judío del Yishuv propuso que se use esa ocasión para hacer una ceremonia de apertura de la Universidad Hebrea en Jerusalén, que en realidad se abriría sólo tres años más tarde.
Una vez creada, Einstein era parte oficial del Kuratorium de la universidad (desde lejos), pero su relación con la directiva siempre fue muy compleja y tensa, y a fin de cuentas se retiró de hecho de toda actividad relacionada con esa institución (aunque al final de sus días, le legó su archivo, de valor histórico muy importante).
En el año 1929 hubo en Palestina una ola de violencia muy descontrolada que terminó con más de 130 muertos judíos, 116 árabes, cientos de heridos y mucha destrucción material. La conmoción fue muy grande y la tensión en ambos bandos siguió en aumento. Einstein expresó muy claramente su opinión al respecto: "Sólo la cooperación directa con los árabes—escribió desde Berlín—puede crear una existencia valiosa y segura para los judíos en Palestina.” Los líderes sionistas, con Weizmann a la cabeza, estaban furiosos ante esta declaración de los intelectuales "hipócritas … que están rompiendo nuestro frente único y presentando ante el mundo la situación como si fuéramos nosotros los que no buscamos la paz".
Ben-Gurion estaba perfectamente consciente de las inclinaciones y opiniones de Einstein y esto se manifestó muy claramente en el extraño caso de la supuesta intención de nombrar a Einstein presidente de Israel después de la muerte de Weizmann. Como Isaacson bien lo explica en la biografía, Ben Gurión entendía claramente qué dolor de cabeza le esperaba en el caso hipotético, y totalmente improbable, que Einstein aceptara. "Tuve que ofrecerle el honor, porque era imposible evitarlo"—Yitzhak Navón testificó años más tarde que eso fue lo que Ben-Gurion le confesó. "Pero si llega a aceptarlo, entonces estamos en un gran problema".
Con la creación del estado en 1948, Einstein moderó un poco sus posiciones pacifistas, aunque retorcijándose un poco cuando lo confesaba: “Nunca pensé que la idea de crear un estado judío era correcta, por razones que tocan a lo militar, a lo político y a lo económico. Pero estando donde estamos hoy en día, no hay vuelta atrás y hay que salir a combatir.” Sin embargo, no es difícil adivinar cuáles serían sus posiciones frente a la realidad que vivimos hoy en día, y no solamente en lo que toca a las preguntas más cruciales que enfrentamos (el futuro de los territorios conquistados, el estatus de los ciudadanos árabes del país, la autonomía de facto de los ortodoxos, los asentamientos incontrolados de beduinos en le Negev, y los ataques incesantes al poder judicial y a la libertad de expresión), sino también en lo tocante a temas bastante menores, como la descalificación por parte de un político, de un candidato escogido por un comité integrado por profesionales de la primera magnitud mundial, que decidió que Goldreich es la escogencia obvia.
Claro que no hay ninguna razón para pensar que las posiciones políticas que defienden científicos altamente destacados--Einstein, Goldreich o cualquier otro de izquierda o derecha—sean necesariamente más correctas o más dignas de adopción que las de un ciudadano común o las de cualquier político sea cual sea su convicción. Lo que se discute es el derecho a expresar opiniones, y que ningún organismo gubernamental, u organización civil, puedan tener el derecho a impedirles a ellos lo hagan, y mucho menos que lo hagan negándoles premios u honores a los que tienen pleno derecho por sus logros profesionales.
La negación del premio a Goldreich es parte de una campaña muy claramente orquestada de intimidar a intelectuales, periodista o activistas sociales que disientes de las opiniones de los líderes y de la mayoría que los apoya. Y no hay duda alguna, que esa intimidación funciona cada vez mejor en este país. No sólo que Galant ha llamado a Goldreich retractarse de sus ideas, sin que cuando Goldreich explicó qué declaración había apoyado en el pasado, y por qué esto era legítimo, Galant se dirigió a la corte suprema para que le otorguen un mes de extensión antes de una decisión final sobre el premio, para “averiguar a fondo si el arrepentimiento de Goldreich (palabras de Galant, no de Goldreich) era sincero”. Ni en la Rusia Soviética, ni en la inquisición de Torquemada, hubieran podido formular más agudamente una petición de este tipo.
Al ministro Galant le parece muy legítimo que una persona como él sea Ministro de Educación del Estado de Israel a pesar de las infracciones que impidieron su nombramiento como Jefe del Estado Mayor. También le parece perfectamente legítimo que el Primer Ministro y candidato a reelección de este país sea un hombre actualmente en procesos judiciales por tres cargos de corrupción agravada. Pero no vayan a pensar que el ministro Galant es una persona incapaz de descalificar en base a consideraciones de tipo moral o de conducta civil: “No permitiré de ninguna manera que se le otorgue un premio a un partidario del boicot contra nuestro país!!” … así lo declaró sin titubear, refiriéndose a un ciudadano que pide ejercer su derecho elemental de expresar posiciones políticas de acuerdo con su entendimiento, aunque éstas no sean aceptables para los que están en el poder.
Las acusaciones contra Goldreich se centran en opiniones relacionadas con las organizaciones de boicot contra Israel que, nos gusten o no, son un tema legítimo de discusión que siempre es manipulado con acusaciones de antisemitismo que están lejos de ser justificadas. Cabe agregar que las acusaciones contra Goldreich fueron cambiando al pasar de los días. Primero se lo acusó de apoyar el BDS, pero luego no se encontró evidencia de esto. Después se lo acusó de haber llamado a los soldados de Tzahal “criminales de guerra” (algo irritante tal vez, para algunos, pero totalmente legítimo en un país democrático). Resulta que nunca dijo algo así. Finalmente se lo acusó de haberse unido a una petición que llamaba al no reconocimiento de Ariel como institución legítima en Israel, y a la no colaboración académica con Ariel como universidad, que es una posición endorsada por la mayor parte de la comunidad académica, aunque muchas veces tengan miedo de decirlo.
Pues no, el papel del gobierno, y más aún del ministro de educación, en lo que se ufana de ser la única democracia del medio Oriente no es anular decisiones puramente académicas como otorgar el premio a Goldreich, o a quien sea. Debería ser todo lo contrario: crear las condiciones que aseguren que ese tipo de opiniones se puedan expresar sin miedo, aún siendo minoritarias o hasta molestas. Pero no voy a culpar al ministro GALANT de entender lo que es una democracia, o de querer hojear un libro serio.
Para finalizar, me gustaría ofrecerle un consejo amistoso al honorable ministro: hágase un favorcito personal y oculte lo antes posible esa biografía de Einstein en un lugar secreto y alejado, no vaya a ser que ese personaje nos siga mirando por encima de su hombro con ironía cada vez que lo entrevisten a Usted en su oficina. Se corre el peligro que muchos otros comiencen a leer ese libro y a comprender los puntos de vista políticos y morales del científico. A lo mejor hasta convence a algunos, y no se trata de ideas e ideales en los que Usted quiere inspirase en sus papel como Ministro de Educación del Estado de Israel.
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